miércoles, 7 de noviembre de 2012

Bye.

 No paraba de hablar, se veía que la estaba costando decir lo que estaba diciéndole, que lo estaba sacando de dentro como con necesidad o justicia, una especie de “no puedo más” que logró estremecerme. A mitad de una frase, entornó los ojos, y dejó de luchar contra las apariencias. Como si se rindiera, rompió a llorar. Pero siguió hablando. Con una mano se quitaba las lágrimas de los ojos, y miraba a las camareras que ponían cócteles, a las botellas que estaban en la pared, a su copa de hielos derretidos. Él la miraba, o eso creo, porque me daba la espalda y no lograba verle. Apenas decía un par de frases cortas y ella volvía a tomar la iniciativa, pero ya sin preocuparse de las lágrimas, asumiendo la caída y los sentimientos, respirando para coger aire y seguir de nuevo sacándose las astillas de la garganta como puñales de palabras rotas. Supongo que hasta en la derrota el amor es precioso y sobrecogedor. Tan triste que solo puede ser bonito.




Como si caminara por un palacio de escombros y no pudiera dejar de ver tu jardín de pétalos desnudos, guiñándome un ojo, sonriéndome con pasión y tacones.

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